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Colarse, mentir piadosamente, copiarse en un examen, guardarse las vueltas del mandado, falsificar la firma del papá en una tarea del colegio, comerse un signo de “pare” manejando, comprar a un policía de tránsito para evitar una multa… Todas estas acciones, pavorosamente cotidianas, tienen algo en común: forman parte de un camino que se va recorriendo de una manera, en apariencia, inocente; un camino silencioso que lleva a muchas personas a cometer actos de mayor envergadura, parientes de los anteriores, como falsificar documentos públicos, comprar votos, apropiarse de recursos públicos, desfalcar empresas, sobornar, traficar con drogas… Piénselo muy bien! Usted empieza colándose y, si no pasa nada, mañana usted se queda con las vueltas de un mandado. Y si, de nuevo, no pasa nada, entonces lo siguiente es plagiar un trabajo y, cuando menos piensa, usted soborna a un policía y echa el cuento orgulloso frente a sus amigos y a sus hijos. Y, si no pasa nada, quién sabe cuál será su siguiente paso y qué consecuencias pueda tener. Es que este camino, con esta cultura del “vivo” que hemos construido, va haciendo que las fronteras de lo bueno y lo malo se vayan corriendo imperceptiblemente.  Es un camino en el que, a nuestros ojos,  los valores se van volviendo flexibles, como un caucho, el cual cada vez cede más y, si no se pone un freno, puede conducir a acciones muy graves, más fácilmente de lo que se piensa.

En Colombia venimos recorriendo este camino desde hace décadas a tal punto que nos hemos labrado una cultura de país que acoge estos actos y los promueve. Una cultura compuesta de valores arraigados que hacen lucir como idiota a quien no avanza con firmeza por ese camino. La cultura del “vivo” en la que “todo vale” porque lo importante es obtener el objetivo deseado. Para construir un país diferente con crecimiento económico sostenido, con una industria pujante, con desarrollo científico y tecnológico, con infraestructura competitiva, con campeones olímpicos y premios Nobel, con salud y educación, con oportunidades equitativamente repartidas, con justicia social, con paz, hay que empezar por hacer un cambio cultural profundo, que nos lleve como sociedad a valorar otras cosas como, por ejemplo, la vida, el respeto a la Constitución, el progreso con base en el trabajo y la disciplina, la controversia a través de la conversación, la competencia sana, los derechos de los demás, la protección de las minorías, cosas sencillas y poderosas al mismo tiempo.

¿Cómo reconstruir nuestra escala de valores? ¿Cómo sembrar una semilla diferente en el corazón y la mente de un país? Diariamente, en todos los ámbitos en los que nos movemos, a través de un liderazgo diferente que potencie y ejemplifique los valores que queremos como sociedad en lugar de los anti-valores que tenemos hoy. Este es un tema que considero estratégico y merecedor de dedicarle tiempo y conversación en el gobierno, las organizaciones, los hogares, los colegios, los equipos deportivos, los estamentos religiosos y los partidos políticos.

¿Qué valores estoy transmitiendo en mi trabajo y en mi hogar? ¿Esos valores son constructivos o destructivos para la sociedad? ¿Qué valores son los que debo transmitir para construir un país mejor? Todos somos responsables de nuestro diario actuar y del ejemplo que dejamos como legado a quienes nos rodean.