Hacer algo con propósito ha demostrado ser fuente genuina de energía, felicidad y realización para el ser humano. Sin embargo en las organizaciones, en los negocios y en la vida nos hemos acostumbrado a conseguir objetivos sin un propósito claro. Es más, cosas como el dinero, las posesiones, la fama y el poder, se han convertido en la razón de ser de personas y organizaciones, a pesar de ser un simple y lógico resultado de hacer las cosas bien y de agregar valor a la sociedad. Es decir, el fin se ha convertido en propósito, con lo cual lograrlo a cualquier costo, muchas veces pisoteando valores y personas, es parte del proceso.
Sustituir un propósito por objetivos es como dar un beso sin ganas, ni amor o como tomar chocolate sin queso. Se pierde un elemento fundamental en la vida de una persona o en el diario devenir de una organización: la pasión. En nuestro inconsciente, el propósito se encuentra en un nivel más profundo que el objetivo. Nos ayuda a encontrarle sentido a nuestra vida y a nuestro trabajo. Un propósito responde a una inquietud esencial de todo ser humano: ¿Por qué o para qué hacemos las cosas?
El objetivo, por otra parte, responde a una pregunta diferente: ¿Qué es lo que queremos obtener? Es necesario especificarlo muy bien, para lo cual hay diversas metodologías, porque da enfoque, permite canalizar esfuerzos y recursos y contribuye a organizar el tiempo de manera efectiva.
Para ilustrar usaré un ejemplo. Pensemos en una persona que ha alcanzado variados objetivos en su vida pero se siente vacía. Hace un par de años, llegó a mi oficina un alto ejecutivo cuya vida estaba llena de logros cumplidos. Excelente estudiante en el colegio, tenista de alto desempeño durante su juventud, ingeniero industrial graduado con las mejores notas de su promoción en la mejor universidad del país, hablaba tres idiomas con fluidez, a los 38 años tenía una impresionante carrera en empresas muy importantes, casado con una empresaria destacada, padre de un par de niños adorables, frecuentaba los clubes y lugares más exclusivos de la ciudad… como dicen, tenía carro, casa y beca, además de buen gusto, buena presencia y buena plata. Sin embargo, desde hacía un buen tiempo se sentía vacío. Se levantaba con ganas de botar todo a la basura. Cuándo le pregunté cuál era el propósito que le había guiado para obtener todos esos impresionantes logros me dijo: “No sé. Lo hice porque era lo que se suponía que debía hacer”.
En las organizaciones pasa algo muy parecido. Es lógico, ya que están compuestas de seres humanos. Si las personas que trabajan en una empresa no tienen claro cuál es el propósito misional que hace valioso el hecho de que esa compañía exista, si no entienden con precisión cuál es el valor que agregan con su trabajo a la organización y a los clientes, el trabajo diario, en pos de metas y objetivos, se vuelve una labor de autómatas que logran cosas sin un propósito superior, sin motivación ni inspiración, dos ingredientes fundamentales para la innovación que tanto anhelan las compañías hoy.
¿De qué manera es útil todo esto? Sencillo. Sirve para entender que la motivación, la inspiración y la pasión, en una persona o una organización, se despiertan desde el sentido de propósito y no desde las metas. Por ejemplo: El objetivo de triplicar las ventas en los próximos tres años, en una empresa de restaurantes, no motiva a nadie allí, ni siquiera a su dueño, mientras que algo como: “servir arte que nutre el cuerpo y el corazón” es una misión que puede hacer que los colaboradores trabajen con alma, vida y sombrero, bajo la cual triplicar las ventas cobra sentido.
Por ejemplo: comprar un apartamento más grande no es lo que genera motivación en la vida de un artista, mientras que “ofrecer una visión novedosa y compartida del mundo” es un propósito personal que le hará vibrar todos los días y le dará sentido a la adquisición de ese nuevo inmueble, como una consecuencia natural de hacer algo que la apasiona.
Autor:
Santiago Jimenez
Coach y consultor
santiago@santiagojimenez.co