Esta pregunta, formulada con alevosía, ha protagonizado hechos bochornosos en nuestro país, más veces de las que somos realmente conscientes, y conjuga características de nuestra sociedad que forman una mezcla muy explosiva: valores equivocados, una idea distorsionada de lo que significa el éxito y la incapacidad de manejar los estados emocionales. Por supuesto, hay salida.
Cuando una persona piensa que está por encima de la ley, que puede irrespetar a los demás, incluso a las autoridades, y que para lograr sus objetivos es válido utilizar cualquier medio, sencillamente, no tiene ninguna contención que le impida hacer barbaridades.
A estos antivalores sumémosle el enfoque en el poder, la fama, la imagen, el dinero y las cosas materiales. A pesar de que científicamente se ha demostrado que estos elementos no están dentro de los generadores de bienestar y felicidad se sigue buscando en ellos la realización, en lugar de mirar hacia adentro. Es así porque la cultura y la sociedad, con esa falsa idea de éxito, lo dictan. El resultado es una sensación de vacío que impulsa a las personas a conseguir más de aquello que no llena. Un verdadero círculo vicioso.
Ahora, agreguemos el tercer ingrediente de este explosivo coctel: incapacidad de gestionar las emociones. Dentro de cada ser humano se desarrolla una dinámica emocional basada en dualidad. En su interior están la oscuridad y la luz, la arrogancia y la humildad, la integridad y la corrupción, la violencia y la paz. Frente a cada situación tenemos el mágico poder de decidir en cuál de los dos lados queremos estar. Pero, primero, no somos conscientes de que tenemos este poder y, segundo, aunque siéndolo, no tenemos las herramientas para ponerlo en práctica. Eso nos convierte en presa de las emociones y por eso actuamos desde la ira, la arrogancia, el miedo, la ambición, el odio… en una sola palabra: desde el ego. Después viene el arrepentimiento; en ocasiones ya muy tarde, cuando los hechos son de una magnitud incontenible.
Esta mezcla hace que las personas se sientan atrapadas por sus circunstancias, dependientes de decisiones que toman otros y de situaciones que no están bajo su control. Pierden su autonomía y la capacidad de gobernar su vida.
Esta mezcla amplificada, genera hechos que han marcado nuestra historia como las masacres, el proceso 8.000, los Nule, Interbolsa, la Yidis-política, la corrupción en la Corte Constitucional, por nombrar solo unos pocos. También es lo que impulsa acciones más cotidianas como colarse, sobornar a un policía, no pagar a tiempo la seguridad social de los empleados, maltratar subalternos, ejercer la violencia intrafamiliar, no cumplir con lo ofrecido a los clientes, hacer trampa… Cómo no va ser así, si es que al estar atrapado y sentirse dependiente una salida, tan equivocada como desesperada, es preguntar desde el ego, con alevosía y a grito herido: ¿Usted no sabe quién soy yo? ¿No sabe que puedo hacer lo que me plazca?
Todo cambia, incluso en instantes, si nos damos cuenta de que la belleza de la vida y el secreto del éxito están en nuestro interior y no afuera. Dejamos de ser presa del ego, de creer en falsas promesas, de sentirnos atrapados, de pensar en que dependemos de algo o de alguien. Es sencillo. La salida es hacia adentro, no hacia afuera. ¿Usted en qué dirección está mirando?
Autor:
Santiago Jimenez
Coach y consultor
santiago@santiagojimenez.info