La felicidad está de moda. Hay innumerables estudios que demuestran que una persona feliz en su trabajo es más productiva que una que no lo es; basta con buscar en Google “happiness and productivity” para obtener gran cantidad de información. También se ha comprobado que los estudiantes, si felices, logran excelentes resultados. Por otro lado, hay un ranking de felicidad para los países en donde durante varios años hemos estado dentro del top 5. Pero más que una moda o un tema “light” la felicidad es materia bien seria.
Llevo 18 años trabajando en mí mismo, sobre este tema, y cinco con otras personas. En este tiempo he descubierto que una de las cosas que mayor empoderamiento e inspiración genera en un ser humano es entender que cada uno es dueño de su propia felicidad; que se tiene la responsabilidad y el derecho de ser feliz, de realizarse. Comprender que ser feliz es una decisión personal es liberador y cambia vidas.
Culturalmente, en nuestras familias, en los colegios, en las comunidades nos han vendido un paradigma de felicidad que nos aleja de ella. Es el paradigma en donde otros son dueños de nuestra felicidad; en donde somos responsables de hacer felices a otras personas. Es la idea de que la felicidad está afuera, en cosas, logros o personas y no dentro de nosotros. He ahí el drama de la humanidad; nada nos llena; nada nos satisface. Si tenemos poder necesitamos más; si tenemos dinero queremos más; si somos dueños de cosas y bienes ansiamos más. Pensamos que algún día nos reconocerán por lo que en verdad valemos; alguien creerá en nosotros y nos salvará; el jefe, los padres, el profesor, el Gobierno…
Hemos aprendido a aplazar la felicidad. En mis talleres y sesiones de coaching con frecuencia oigo afirmaciones como: “Cuando sea médico voy a lograr todo lo que me he propuesto en la vida; ¡voy a realizarme!” O ésta de una alta ejecutiva: “Estoy construyendo una casa de campo y no veo la hora de ir con mi familia; por fin vamos a estar juntos y felices”. Estos ejemplos muestran cómo nos hemos acostumbrado a proyectar la felicidad y la auto-realización hacia adelante en el tiempo esperando alcanzarla en algún punto; la fatídica idea de buscar la felicidad.
Lo cierto es que esta forma de encarar la vida nos quita la capacidad de tomar las riendas de nuestro destino y el poder de vivirla a plenitud. Ocurre, con lamentable frecuencia, que cuando alcanzamos la tan ansiada meta hay castigo o sinsabor. Castigo porque el logro no es exactamente como lo habíamos previsto y entonces nos reprochamos. ¿Y esto era todo? ¡Qué desilusión! Es el otro resultado común; había tanta esperanza depositada en el logro del objetivo que al tenerlo en nuestra mano ya no se puede disfrutar; queda un vacío.
Cuando entendemos que las metas sirven para aprender y ver oportunidades y que la felicidad y el disfrute está en el goce del camino y no en alcanzar la meta, obtenemos el poder de ser felices aquí y ahora, en cada momento de nuestra vida; sin depender de nada ni de nadie.
¿Hoy quiénes son los dueños de su felicidad? ¿A quiénes ha venido responsabilizando de cumplir sus expectativas y hacerle feliz? Preguntas vitales que vale la penar masticarse.
Autor:
Santiago Jimenez
Consultor y coach
santiago@santiagojimenez.info
Artículo publicado en el diario Portafolio el 8 de agosto de 2014
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